viernes, 27 de marzo de 2009

El aborto

Aborto (latín: abortus o aborsus, de aborior, "contrario a orior", "contrario a nacer") es la interrupción del desarrollo vital del feto, antes de que éste haya alcanzado las 20 semanas de gestación. Posteriormente la interrupción se denomina parto pretérmino. Por tanto, el "aborto espontáneo" se refiere al hecho que se presenta de manera natural y sin que medie voluntad de eliminar al nasciturus (el que ha de nacer) por parte de la madre o por parte del médico que atiende el trabajo de parto.
A través de la historia, el aborto inducido ha sido frecuente materia de controversia por sus implicaciones éticas, morales y sociales. Ha sido prohibido o limitado en sociedades diversas y permitido en otras, aunque los abortos continúan siendo comunes incluso donde la presión social y/o la ley se oponen a él.
La Organización Mundial de la Salud (OMS), señala que los abortos en condiciones sanitarias inadecuadas son una causa mayor de mortalidad femenina, con un total aproximado de 68.000 muertes al año en el mundo, lo que representa alrededor del 13% de las 527.000 muertes maternas, es decir, por razones obstétricas.[1] El porcentaje es muy desigual según las regiones, alcanzando hasta el 30% de las muertes maternas en algunos países.[2] El riesgo es estadísticamente mayor donde el aborto en condiciones clínicas seguras no es accesible, ya sea por razones legales, sociales, económicas o de otro tipo.[3] [4] Este dato ha servido de argumento a favor de la despenalización del aborto, es decir, a favor de que el aborto deje de ser considerado un delito y se legisle con consideraciones específicas para casos específicos.
Por su parte, quienes son contrarios a ampliar la legalización del aborto señalan que en el mundo se realizan del orden de 46 millones de abortos anuales (el 22% de los 210 millones de embarazos que se producen en el mundo al año)[5] , lo que representa la principal causa de mortandad humana[6] .

A propósito del Papa, África, el aborto y los linces

A mí no me extraña que el Papa Benedicto XVI –antes Ratzinger, en su juventud militante de las Juventudes Hitlerianas ¡Ay, ay, ay estos jóvenes!, con las que combatió en 1943 en una unidad antiaérea; durante años Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (Ex Santo Oficio, de tan grato recuerdo), látigo de cualquier movimiento de apertura (Leonardo Boff, Küng) o modernización en esta rancia Iglesia-; no me extraña, digo, que vaya a África y suelte que el preservativo no sólo no sirve para combatir el Sida, sino que su uso, al contrario, “aumenta el problema”. Lo soltó en un continente en el que esta pandemia ha infectado ya a 22 millones de personas, rebajando la esperanza de vida en algunos lugares en 20 años. Echando por tierra todos los esfuerzos de las autoridades locales, en concreto las educativas y sanitarias, que intentan convencer a la población de que deben usar el profiláctico si no quieren enfermar. Dejando patidifusos a las organizaciones internacionales que llevan años trabajando con programas de ayuda para sofocar esta lacra. Dejando perplejos a los propios sacerdotes, monjas y seglares de su Iglesia (los todoterrenos africanos) que no daban crédito a lo que estaban oyendo de boca del bendito descendiente de San Pedro. ¡Magníficas palabras para ser su primer viaje a África! ¡Ojalá vaya poco o no vuelva por allí! ¡Pues el daño hecho es inconmensurable!Puede que alguien interprete que mis palabras son ofensivas (¡cosa de anticlericales!) para el Pontífice, pero he tenido la suerte de conocer los dos países que él ha visitado: Camerún –De Douala a Garoua, hasta perderme por el territorio del rey Bouba- y Angola –de Luanda, la capital, hasta recorrer la carretera costera que te lleva a Namibia- y creo –con humildad- que sé lo que digo. África te pega una bofetada que te cambia la vida; por eso las palabras del Papa allí son inaceptables.Pero a mí no me extraña que lo dijera, porque el ex Ratzinger sabe que su iglesia se mueve mejor entre el dolor y la enfermedad, que sin ella. Así ha sido históricamente: La tierra es un valle de lágrimas. Y sobre esta máxima –y la de manejar magistralmente el miedo que aterroriza a cualquier ser humano- han montado la organización más solvente, rentable, y con más solera de la historia. La prostitución será la profesión más antigua del mundo (nunca había caído en esta coincidencia); pero la Iglesia es la empresa que más sabe de marketing y que mejor lo ha sabido aplicar por los siglos de los siglos. Valiéndose del miedo, la superstición, el sufrimiento, la honestidad y la buena fe de la gente.El pueblo “puteado” –con perdón- y ellos siempre instalados en el poder. El pueblo sufriendo en este Valle de Lágrimas, para ganarse luego el cielo… en la Vida Eterna. Mientras ellos –por si acaso- se montaron su cielo en la tierra, disfrutando de los beneficios del poder o viviendo muy pegaditos a él. Y no hay que remontarse a la Edad Media, donde la Iglesia gobernaba todo con mano de hierro: En la segunda Guerra Mundial, ya sabemos muy bien de qué lado se colocó la Jerarquía Eclesiástica. En la dictadura franquista, mejor no recordarlo. Pero cuando se habla de las más crueles dictaduras, como la de los militares argentinos, ahí estuvo el episcopado y la nunciatura (Pío Laghi), con un mutismo y una insensibilidad incluso cuando los desaparecidos eran sus propios clérigos ¡Un papel inmoral! Y, para que nadie se confunda, me estoy refiriendo siempre a la Jerarquía Eclesiástica, aunque haya extraordinarias excepciones.Si hablamos del tema científico, siempre nos toparemos con la Iglesia poniendo freno –potro de tortura y hoguera- a los avances de la ciencia. ¿Quién se atreve a decirme un solo invento o descubrimiento del hombre, a lo largo de la historia, al que no se opusiera la Santa Madre Iglesia? ¡Las vacunas, las transfusiones, las anestesias, las disecciones de cadáveres, los trasplantes… el movimiento de la Tierra y el mismo pararrayos!Cuestiones todas que sólo procuran el bienestar del pueblo y luchar contra su dolor. ¿Ven cómo es verdad lo del sufrimiento? ¿Ven cómo les va la marcha? ¿Cómo no se van a oponer ahora al trabajo con células madre?La sucursal vaticana en España, o sea, la Conferencia Episcopal Española (C.E.E.) sigue dócilmente el mandato de Roma, e incluso -¡como debe ser!- siempre va un poco más lejos. Llevan años empeñados en acabar con un gobierno elegido democráticamente, cuando no sabemos quién les elige a ellos ni a quiénes representan ni qué legitimidad –además de la divina- tienen. Aunque sí sabemos quién les paga. Ellos, que nunca se han manifestado por nada, salen ahora a la calle o la llenan de carteles y soflamas, siempre contra algo: El matrimonio homosexual, el derecho a una muerte digna, la educación para la ciudadanía, el aborto, las células embrionarias,…Les pagamos sus colegios privados (eufemísticamente “subvencionados”), sus salarios, sus sedes y palacios arzobispales, su calumniadora radio COPE, sus viajes y coches oficiales, sus trajes de gala, sus cónclaves y sus campañas publicitarias…A mí me hubiera gustado que el presidente Zapatero, en esta legislatura, hubiera sido más valiente en este tema y hubiera atendido una reivindicación histórica, como es la de convertir España –como dice la Constitución- en un verdadero Estado Aconfesional (“Ninguna confesión tendrá carácter estatal”). Pero aquí, querido presidente, no ha habido agallas (¡todo sea por los votos!), sino más bien lo contrario, como buena fe puede dar de ello Mª Teresa Fernández de la Vega.Yo habría revisado el Acuerdo con la Iglesia, en el sentido de ayudar a conservar el patrimonio cultural en toda su amplitud, a financiar las organizaciones humanitarias que realizan una extraordinaria labor… y sanseacabó. El resto para el ámbito privado: Fuera la religión de las escuelas, fuera del ejército, fuera de los actos oficiales, fuera de la vida pública española.No entiendo cómo –y eso que la fe mueve montañas- los cristianos de base, la gente solidaria de sus O.N.Gs., los religiosos/as que cuidan de los enfermos, de los ancianos, de los desheredados de esta sociedad; los que trabajan en los países del tercer mundo y en los barrios de las Tres Mil o en el Pan Bendito; es decir, los buenos y valientes cristianos que me merecen todo el respeto, no se rebelan y mandan a hacer gárgaras a esta Jerarquía Eclesiástica. Y nos dejan vivir honestamente, con nuestras reglas democráticas, y en paz.En relación al aborto y a los linces. Me refiero a esa costosísima campaña que hemos pagado los españoles y que ha llenado de vallas toda España. ¡Por favor, ya que se financia con dinero público, que alguien de la C.E.E. nos diga cuánto se han gastado! Me parece una campaña frívola, vulgar, demagógica, inmoral y que sólo persigue confundir al personal.Aunque con lo de los linces y su protección, creo que han dado en hueso. Casualmente estaba escribiendo este artículo junto al Parque de Doñana –Sanlúcar de Barrameda lo han plagado de carteles-, y pregunté a un paisano –ya se sabe de la simpatía natural de los gaditanos- si podría visitar el Parque, a lo que me dijo:Tres años llevo yo esperando “pa visitá” Doñana, cuando antes íbamos a “merendá” cuando nos daba la gana. Y “to” por los bichos “ezos”. Ahora que sepan que ya no pienso ir. Que por mí, se pueden meter los “linses” por los cojones.Por cierto, y ya les dejo, es que no he visto las fotos, ¿Llevaría Benedicto XVI a Camerún sus mocasines rojofuego de Prada y su casulla corta…. o se pondría algo, como más de sport? Por favor, que alguien me lo diga, me muero por saberlo.

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